viernes, 26 de junio de 2020

“El que pierda su vida por mí, la encontrará”.


Domingo XIII, TO-A
Evangelio Mateo 10,37-42.


“El que pierda su vida por mí, la encontrará”.
Vestición de Fray Augusto, ayudado
por Fray Maurizio.

Alguien dijo que la fe es el único problema serio de la vida en esta tierra.
Me parece una intuición muy profunda y acertada porque llega un momento en que nos cuestionamos si la fe que tenemos es suficiente para enfrentar los grandes desafíos de nuestra vida. En el fondo es como preguntarse si hay Alguien que vale la pena seguir y si este Alguien está por encima de todos y de todo.

Al Señor lo amamos. Su presencia es la de un amigo, tal vez lejano, que pero buscamos y que echamos de menos. A Él les damos “parte” de nuestro tiempo, “parte” de nuestros pensamientos, “parte” de nuestra pasión, “parte” de nuestra vida. Sin pensarlo ni desearlo, vivimos permanentemente el riesgo de anteponer nuestros “amores” a Dios.

Y esto hasta cuando descubrimos que Él nos ama y que nos ha amado desde siempre, también cuando estábamos lejos de Él. Hasta cuando experimentamos que su amor nos cubre y nos llena. Entonces sentimos profundamente que la más grande aspiración es responder a ese Amor.  
Es el momento en que entendemos que el centro de todo no soy yo… es Él.
Hasta que no descubrimos eso… no vamos a soltar “nuestros amores”.

Ordenación sacerdotal de
Fray Zlatko Vlajek
Frente a páginas del evangelio como la de hoy caemos en la cuenta de que Jesús no nos pide una “parte”. Es exigente: quiere todo. Por eso no se trata de no cumplir con nuestros deberes como hijos o padres sino ordenar las prioridades de nuestra vida, preguntándonos lo que está sobre todo y motiva todo.

Entendemos entonces la lógica de Jesús: El que pierda su vida por mí, la encontrará. “Salvar la vida / perder la vida” son las expresiones máximas del egoísmo o de la solidaridad.

Es la experiencia de Francisco de Asís y de tantos hermanos y hermanas: el haber elegido al Amor los ha hecho capaces de amar al mundo pero con el corazón de Jesús.

Al elegir a Jesús no subordinamos el amor hacia nuestros seres queridos sino aprendemos a amarlos como nos ama Jesús. Así el “tomar la cruz” no entendemos aceptar una vida difícil con problemas y desgracias ni buscar “cruces”. Más bien es la RESPONSABILIDAD en la fidelidad cotidiana al Evangelio de Jesús; la FIDELIDAD en las pequeñas cosas de cada día vividas por amor a Dios y con serenidad, no con cara de amargados. Es INTEGRAR, en el camino personal, la dimensión del sufrimiento vivido con Él y por amor a Él.

En el fondo la conversión es aprender a ser “creyentes” y nuestra verdadera vocación es aprender a amar a Dios.


¡PAZ Y BIEN!

Fray  Maurizio BRIDIO, OFMConv.

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