Domingo
XIII, TO-A
Evangelio
Mateo 10,37-42.
“El que pierda su vida por mí, la
encontrará”.
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Vestición de Fray Augusto, ayudado por Fray Maurizio. |
Alguien dijo que la fe es el único
problema serio de la vida en esta tierra.
Me parece una
intuición muy profunda y acertada porque llega un momento en que nos
cuestionamos si la fe que tenemos es suficiente para enfrentar los grandes
desafíos de nuestra vida. En el fondo es como preguntarse si hay Alguien que vale
la pena seguir y si este Alguien está por encima de todos y de todo.
Al
Señor lo amamos. Su presencia es la de un amigo, tal vez lejano, que pero buscamos
y que echamos de menos. A Él les damos “parte”
de nuestro tiempo, “parte” de nuestros pensamientos, “parte”
de nuestra pasión, “parte” de nuestra vida. Sin pensarlo ni desearlo,
vivimos permanentemente el riesgo de anteponer nuestros “amores”
a Dios.
Y esto hasta cuando
descubrimos que Él nos ama y que nos ha amado desde siempre, también cuando estábamos
lejos de Él. Hasta cuando experimentamos que su amor nos cubre y nos llena. Entonces
sentimos profundamente que la más grande aspiración
es responder a ese Amor.
Es el momento en que entendemos que el centro de todo no soy yo… es Él.
Hasta que no descubrimos
eso… no vamos a soltar “nuestros amores”.
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Ordenación sacerdotal de Fray Zlatko Vlajek |
Frente a páginas del
evangelio como la de hoy caemos en la cuenta de que Jesús
no nos pide una “parte”. Es exigente: quiere todo. Por eso no se trata de no cumplir con
nuestros deberes como hijos o padres sino ordenar las prioridades de nuestra
vida, preguntándonos lo que está sobre todo y motiva todo.
Entendemos entonces la lógica de Jesús: El que pierda su vida por mí, la encontrará. “Salvar la vida / perder
la vida” son las expresiones máximas del egoísmo o de la solidaridad.
Es
la experiencia de Francisco de Asís y de tantos hermanos y hermanas: el haber
elegido al Amor los ha hecho capaces de amar al mundo pero con el corazón de
Jesús.
Al elegir a Jesús no
subordinamos el amor hacia nuestros seres queridos sino aprendemos a amarlos
como nos ama Jesús. Así el “tomar la cruz” no entendemos aceptar
una vida difícil con problemas y desgracias ni buscar “cruces”. Más bien es la RESPONSABILIDAD en la fidelidad cotidiana al Evangelio de Jesús; la
FIDELIDAD en las pequeñas cosas
de cada día vividas por amor a Dios y con serenidad, no con cara de amargados. Es INTEGRAR, en el camino personal, la dimensión del sufrimiento vivido con Él y
por amor a Él.
En el fondo la
conversión es aprender a ser “creyentes” y nuestra verdadera vocación es
aprender a amar a Dios.
¡PAZ Y BIEN!
Fray Maurizio BRIDIO, OFMConv.
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