La actitud de un corazón misericordioso.
Evangelio: Lucas 6, 39-45
Hermanos y hermanas, un cordial
saludo de paz y bien.
Les invito a que, en este día,
podamos reflexionar sobre el santo Evangelio de este domingo, en donde el Señor
nos habla por medio de San Lucas en un relato que está inserto en el sermón de
la montaña que hemos venido escuchando las eucaristías anteriores.
Jesús está predicando a su pueblo y les habla sobre el “juzgar” (Lc 6, 37-38), acción que para nosotros es fuerte porque dictamina una “sentencia”, una “decisión” o como queramos llamarle, por algo que una determinada persona hizo. El acto de juzgar, nuestra sociedad lo reserva para los jueces o aquellos sabios en el tema, quienes desde la ley por la cual cada país se rige, dictaminan una resolución por la falta cometida. Nosotros, también hacemos este acto -muchas veces sin medida- y, vaya que bien a menudo nos sale. Me atrevería a decir que todos alguna vez lo hemos hecho, no quiero decir con esto que sea algo normal o común, sino que sucede sin darnos cuenta muchas veces, porque pensamos que al hacerlo en nuestra mente no hace daño a nadie.
A través de una serie de
comparaciones, Jesús nos hace ver que, en su seguimiento, la mediocridad y la
falta de caridad para con mi hermano, constituyen un gran obstáculo para ser
anunciadores de su Reino. La humildad y la sencillez deben ser el eje
fundamental del cristiano, que le permita seguir las huellas de Cristo y, actuando
correctamente, no caer en querer ser los educadores de nadie sin antes haber
aprendido de su Maestro, porque es ahí cuando cometemos un grave error, que es
aconsejar a los demás según nuestros ideales. Jesús dice: cuando el
discípulo llegue a ser perfecto, será como su maestro (V 40). Nosotros
creemos que el camino que nos lleva a la perfección es Jesucristo, y esto lo
tenemos claro porque sabemos que no somos perfectos. ¡Por esto el Señor nos ha
elegido!, para aprender desde la minoridad a tener un corazón grande, que sea
capaz de amar verdaderamente.
Según esto, san Francisco exhortaba a los frailes en la Regla Bulada (Cap VII, 7) a que no debían airearse y conturbarse por el pecado ajeno (y también por la forma de ser de los demás). Él tenía muy claro que cada ser humano tiene una historia de vida particular, con sus problemas, defectos y virtudes que debemos saber comprender. Francisco de Asís pedía encarecidamente a los frailes, especialmente a los “superiores” o “ministros” (franciscanamente hablando), que les tratasen con misericordia (del Latín miserere, compadecerse con el corazón), para que con sentimientos de padre, pudiesen llevarlos por el camino correcto, sin criticarlos ni apuntarles con el dedo; amarlos como a nosotros mismos, conduciendolos al perdón de Dios.
Cuando juzgamos nos colocamos
en el lugar de Dios, esto es verdad, pero nuestro juicio es un pobre juicio:
nunca, nunca puede ser un verdadero juicio. Porque el verdadero juicio es el
que da Dios. Y ¿por qué el nuestro no puede ser como el de Dios? Porque a nuestro
juicio le falta la misericordia y cuando Dios juzga, juzga con misericordia.
(Papa Francisco) Ahora bien, con esto, no les invito a hacerse un mea culpa,
sino más bien buscar una alternativa que no siempre nos lleve a ser los dueños
de la verdad. Tenemos que aprender a restarnos de la hipocresía, para que
podamos verdaderamente ser misericordiosos, así como nuestro Padre es
misericordioso (Lc 6,36), como lo escuchábamos el domingo pasado.
Hermanos, les comparto un versículo con un mensaje muy especial, que encierra la respuesta a esta interrogante ¿Qué debemos hacer?. San Mateo nos dice: en todo traten a los demás tal y como les gustaría que los traten a ustedes (Mt 7, 12). Sabemos que esto no es fácil, pero también sabemos que, si hay alguien que nos puede “alivianar” el camino, no hacerlo todo él, no caigamos en eso. Lleguemos al Señor para pedirle que nos ayude a cambiar primero nosotros y, luego, pedir por la conversión de los demás.
Que el Señor nos acompañe a
todos en este camino, nos mire con sus ojos de misericordia y nos conduzca por
las sendas de una vida santa.
Fray Benjamín Castro, OFMConv.
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