¿Y qué diré: "Padre, líbrame de esta hora"?
Evangelio Según San Juan 12,20-33.
El texto del evangelista San
Juan (cap. 12, 20-33) es un pozo de reflexiones para nuestra vida espiritual en
este 5° Domingo de Cuaresma del año B. Dejando de lado el orden y la lógica con
los cuales Jesús contesta a sus discípulos, centramos nuestra reflexión en tres
frases del Maestro.
“Mi alma ahora está turbada.
¿Y qué diré: "Padre, líbrame de esta hora"? ¡Si para eso he llegado a
esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre! (…) Y cuando yo sea levantado en alto
sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”.La cruz del monasterio de Quilvo.
Para todos los creyente
queda bien claro a lo que se refiere Jesús: se acerca la Pascua y es tiempo de
entregar la vida, de ser levantado en la cruz, pero no como cruel sacrificio
para satisfacer los deseos de escribas y fariseos, de sumos sacerdotes y soldados
romanos, sino para obedecer la voluntad del Padre que encontrará su máxima
glorificación en un sacrificio de amor para la salvación de todos nosotros. No
es un problema el sufrir, ni lo es el morir, cuando vida y muerte se unen en un
único don de amor. Así vivieron ese instante en el cual vida y muerte se unen,
o mejor dicho muerte y Vida se unen, no sólo Jesús sino también San Maximiliano
Kolbe (Polonia), los mártires de Pariacoto (Perú), Carlos Murias y el obispo
Angelelli (Argentina), Antonio Llidó y Omar Venturelli (Chile), sólo para
nombrar a unos entre otros tanto mártires de la historia de la Iglesia y de
nuestra América Latina.
“Les aseguro que si el grano
de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho
fruto”.
La razón intrínseca que da
sentido a este sacrificio pascual, y a la muerte de todo hombre y mujer que
vive y muere para amar, es el bien de todo el pueblo de Dios, de los hermanos y
hermanas que nos rodean comenzando por nuestras familias y nuestro entorno.
Sólo la entrega de toda nuestra vida nos aleja del riesgo de la soledad
existencial, que es aquella que vive quien se preocupa sólo de sí mismo, y nos
evita el riesgo de ser granos infecundos y estériles, que tristemente quedan
solos. Pero una vida entregada y un sacrificio total no son un desperdicio que
lleva al vacío, sino una plenitud y abundancia de frutos para nosotros y para
todos quienes nos rodean. Cuando entendemos eso, la muerte ya no nos atemoriza
como enemiga nuestra, sino que se presenta a nosotros como – así le decía San
Francisco – una querida hermana nuestra, que cumple con la tarea de abrirnos
las puertas del Reino para recibir el deseado premio, el encuentro con Dios
cara a cara y la comunión plena con todos los salvados.
“El que tiene apego a su
vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la
conservará para la Vida eterna. El que quiera servirme que me siga, y donde Yo
esté, estará también mi servidor… y será honrado por mi Padre”.
San Francisco recibe las llagas de Cristo (web)
¿Será necesario morir para
dar fruto? No necesariamente en un sentido físico, ya que Jesús nos habla
también de otra santa manera de morir, o sea el morir a sí mismo. Nuestro santo
Francisco nos dice que “todo lo tenemos que devolver a Aquel que todo nos lo dio”,
con palabras como desprendimiento, anonadamiento, minoridad… dejando de lado mi
propia voluntad para que la voluntad de Dios se haga en mí, la voluntad de “mi Dios y mi todo”.
¡Buen camino cuaresmal!
Fray Christian BORGHESI, OFM
Conv.
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