Jesús hizo un látigo y…. se enfureció
Evangelio:
Juan 2, 13-25
Jesús llega a Jerusalén y camina por la
calle del mercado por la longitud del muro de contención del templo. La calle
del mercado es el lugar donde los vendedores locales venden los animales
prescritos para el sacrificio pascual. Los cambistas están listos para cambiar cualquier moneda
que luego pueden usarse para hacer las ofrendas apropiadas establecidas por la
Ley. Ambos servicios ciertamente son necesarios.
Jesús se ofende con estos vendedores y cambistas de dinero porque ellos están extorsionando a sus compañeros. Por eso: “Hizo un látigo con cuerdas y echó fuera del templo a todos, juntos con sus ovejas y bueyes. Tiró también al suelo las monedas de los cambistas y volcó sus mesas…”. Verdaderamente Jesús se enfureció.
Basílica de San Francisco de Asís. |
¿Pero porqué tanto así? Si era normal este tipo de
actividad comercial en el templo de Jerusalén, ¿porqué se molestó tanto?
¡Justamente! Se había vuelto muy normal haber
transformado un espacio sagrado, dedicado al culto, en un lugar de comercio, y
se habían olvidado que aquel lugar fue concebido como lugar de oración, de
encuentro con Dios y también porqué habían acciones deshonestas por estos
cambistas.
Los
líderes
religiosos se sorprendieron por esta acción como cuando Jesús se refiere al templo cómo «la casa de mi Padre». Ellos no pueden creer lo que acaban
de oír. Jesús
no se refirió al templo cómo «la casa del Padre» o cómo «la
casa de nuestro Padre». Jesús personaliza el templo al referirse
como la casa de su Padre. Audazmente, Jesús afirma que él es el Hijo de Dios, ¡el Dios que mora en el templo!
“No conviertan en un mercado la casa de mi Padre”. Me gustaría
destacar estas dos palabras: “casa” y “mi Padre”.
Jesús se refiere al templo, lugar del culto, llamándolo
“casa”. La casa es el lugar donde habitamos,
el lugar donde somos nosotros mismos, el lugar de los afectos cercanos, de las
relaciones familiares más profundas. Pero podemos entenderla también como
nuestro “interior”, (somos templo del
Espíritu, nos recuerda San Pablo en 1 Cor., 6, 19). Entonces nos preguntamos:
¿Qué hay en nuestra casa, es decir en nuestro corazón? ¿Cómo lo hemos
transformado? ¿Es un lugar de “culto”, o el lugar donde albergan las envidias,
los celos, la sed de protagonismo, la indiferencia, el pensar mal de…, las
acciones deshonestas?
Hoy Jesús nos pasa ese látigo y nos invita
hacer limpieza, sacar a la fuerza todo obstáculo, todo lo que contamina esta
“casa”, para que se transforme en un lugar donde pueda encontrarme con Él, en
la oración, en el diálogo sincero, en la bondad, en la verdad, en la belleza.
Ése es el lugar que quiere “habitar” el
Padre.
“No conviertan en mercado la casa de “mi Padre”. La casa, no es mía, es del Padre, es de Jesús. Tomar conciencia que no nos pertenecemos, que somos templo suyo, que hay que “custodiar el corazón” para que hagamos una digna morada del Espíritu Santo.
Atardecer en Monte Subasio - Asís. |
San
Francisco en su experiencia de conversión y de vida, tuvo la valentía en la
plaza de Asís, frente a todo el pueblo, y frente a su padre, Pedro de
Bernardone, de tomar ese “látigo” y de iniciar a liberarse de su egocentrismo,
de desnudarse e iniciar hacer limpieza en su corazón. En
sus escritos leemos: “Todos
los que aman al Señor con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente,
con todas las fuerzas, y aman a sus prójimos como a sí mismos, y odian a sus
cuerpos con sus vicios y pecados, y reciben el cuerpo y la sangre de nuestro
Señor Jesucristo, y hacen frutos dignos de penitencia: ¡Oh cuán bienaventurados
y benditos son ellos y ellas, mientras hacen tales cosas y en tales cosas
perseveran!, porque descansará sobre ellos el espíritu del Señor y hará en
ellos habitación y morada”. (San Francisco, 2
Carta a los fieles, 48).
Tú qué estas leyendo estas reflexiones… ¿Necesitas hacer
un látigo para echar qué cosa de tu corazón?
Tú que buscas respuestas a tus inquietudes… ¿no será
necesario primero limpiar ese templo de tantos “puestos” de comercio y
responderte con la verdad?
Pídele
al Señor, como Francisco de Asís: “Ilumina las tinieblas de mi corazón, dame fe recta, esperanza
cierta, caridad perfecta”.
El
Señor te dé la Paz.
Fr.
Fabrizio RESTANTE, OFMConv.
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