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"Un sembrador salió a sembrar" |
Por tres domingos, en este mes de julio leeremos el capítulo 13 del
Evangelio de San Mateo, dedicado a las parábolas del Reino. Jesús nos habla del
reinado salvador de Dios. Y, consecuente con el designio del Padre de revelar todo
esto a los sencillos habla de ello en parábolas.
Con esta
primera parábola Jesús, explica el significado auténtico de su propia misión.
Como si dijese: sí, yo soy el Mesías, pero no de la manera, no según el estilo
que ustedes se imaginan. No he venido a juzgar, sino a salvar. No he sido
invitado a poner en su sitio las cosas, sino a iniciar algo. Mi tarea no es la
de hacer las sumas, sino la de dar la señal de partida. Inauguro no el tiempo
del juicio, sino el de la misericordia e de la paciencia y de la paz.
Mi misión está bajo el signo de la siembra, no de la cosecha. Por eso
hace resaltar, ante todo, la figura del sembrador y se "fija" su
gesto.
La explicación siguiente (que, en el fondo, es otra parábola), insistirá
en los varios tipos de terreno, y consiguientemente en la respuesta del hombre,
en su responsabilidad. Detengámonos en esta sencilla reflexión, por tanto, en
el punto focal de la parábola. Un punto que no ha de buscarse en el final (en
la cosecha), sino en el principio (la siembra). La parábola nos proyecta no
hacia el futuro, sino hacia el presente.
La semilla es la palabra de Dios |
El Reino de Dios está aquí en medio de nosotros, y también en este
tiempo de pandemia, un tiempo incierto, complicado, lleno de miedo y de dolor,
sí Dios con su Reino está aquí -bien escondido- pero en acción.
Jesús es el sembrador. Ha "salido" para esto -para sembrar-, no para otra cosa. Su
tarea específica es el sembrar. Ni siquiera es importante saber lo que siembra.
Lo significativo es el acto de sembrar.
El sembrador no elige el terreno,
que somos nosotros. No decide cuál es el terreno bueno y cuál es el
desfavorable, cuál apto y cuál menos apto, cuál del que se puede esperar algo,
y cuál por el que no vale la pena esforzarse.
Y después no olvidemos que la
semilla, que es la palabra, tiene también el poder de transformar el
terreno, puede romper las rocas, abrirse un paso en el camino trillado hacia
las profundidades del ser... No se
dice que la semilla se resigne a las condiciones que encuentra. La palabra es
creadora. También del terreno. Basta dejarla obrar. Es la palabra que puede
transformar el "corazón de piedra" en "corazón de carne".
Para
actualizar esta parábola en nuestra vida, miramos a la experiencia de dos
santos, uno chileno y el otro italiano.
San Alberto Hurtado recibió con generosidad la semilla de evangelio y se trasformó en “Apóstol
de Jesucristo, servidor de los pobres, amigo de los niños y maestro de
juventudes” como recita su oración. San Alberto en sus escritos nos recuerda
que Jesús siembra en cada corazón la semilla del Evangelio y cada uno después
es libre de responder pero sí, Jesús nos necesita; y así escribe el Santo
chileno: “Necesito de ti… No te obligo, pero necesito de ti para realizar mis
planes de amor. Si tú no vienes, una obra quedará sin hacerse que tú, sólo tú
puedes realizar. Nadie puede tomar esa obra, porque cada uno tiene su parte de
bien que realizar.”
También san Francisco de Asís
recibió, en su juventud, la semilla de la Palabra y con prontitud y
disponibilidad responde a esta invitación recibida en la pequeña iglesia de
santa Maria de los Ángeles, y así escriben los Tres compañeros en su Leyenda: “Francisco
habiendo escuchado un día en la celebración de la misa lo que dice Cristo a sus
discípulos cuando los envía a predicar, es a saber, que no lleven para el
camino ni oro ni plata, ni alforja o zurrón, ni pan ni bastón, y que no usen
calzado ni dos túnicas; y como comprendiera esto más claro por la explicación
del sacerdote, dijo transportado de indecible júbilo: -Esto es lo que ansío
cumplir con todas mis fuerzas-”.
Pedimos al Señor que
también hoy los jóvenes puedan responder con generosidad al llamado de Cristo y
que la tierra de su corazón sea fértil cono el de Alberto Hurtado y de Francisco
de Asís.
Tú cuidas
de la tierra, la riegas y la enriqueces sin medida...
Tú
preparas los trigales: riegas los surcos, igualas los terrones,
tu
llovizna los deja mullidos, bendices sus brotes.
Paz y bien
Fr. Tullio Pastorelli O.F.M. Conv.
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