Queridos hermanos y hermanas, ya ha llegado el día de Pentecostés, cierre del tiempo de la Pascua de Jesús
resucitado y comienzo del tiempo de la Iglesia, cuerpo de Cristo movido por el
Espíritu de Dios.
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"Ven Espíritu Santo, visita los corazones de tus fieles...." |
Del Espíritu Santo sabemos que es
una de las tres personas de la Trinidad junto al Padre y a Jesús, o sea es Dios
como ellos y junto a ellos. Para simplificar con una imagen quizás más de
dibujos animados que de alta teología, podemos pensar al Padre
como ‘la voluntad’
que crea y salva, a Jesús como ‘la acción’ del que se sacrifica para enseñar
y testimoniar al mundo esa voluntad, y al Espíritu Santo como a ‘la
energía de amor’
que
se desprende del Padre y del Hijo para ayudarnos a discernir y a seguir los mismos
pasos.
Esa fuente de vida que es el
Espíritu, llama, luz, paloma, viento, ruido, fuerza y un conjunto de dones para
nosotros, no nos llega sólo en el día de Pentecostés, o el de la Resurrección
según narra Juan en el Evangelio de hoy (Jn. 20, 19-23), sino que reside en
nosotros desde el día de nuestro Bautismo.
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Espíritu Santo es un don personal, una misión, una vocación que se asigna a cada uno. |
Al hablar de “espiritualidad”, al decir que
seguimos una espiritualidad o que tenemos una vida espiritual, al considerarnos
hombres y mujeres espirituales, estamos reafirmando que el Espíritu vive en
nosotros.
Nuestro padre san Francisco hizo del Espíritu Santo su gran compañero de vida, tanto que
su primer biógrafo nos dice que era un hombre “lleno del espíritu de Dios” y
hasta “ebrio del espíritu de Dios” (1 Cel 56, 93, 100). A todos nos exhorta para que escuchemos y sigamos al Espíritu que habla en nosotros y que
nos ayuda a seguir la voz del Padre que nos llama, según la vocación de cada
uno. De hecho llama “inspiración divina” la vocación
a seguir los pasos de Jesús, y cada hermano
puede sentirse movido por ella (1 R 2,1; 1 R 16,3; 2 R 12,1).
En el texto de los Hechos de los Apóstoles (2, 1-11), el
Espíritu no llega como una gran fogata, sino como un conjunto de llamas, una
por cada uno de los presentes. Es un don personal, una misión,
una vocación que se asigna a cada
uno. Así que todo bautizado, cada hermano y
hermana, posee su gracia particular. San Francisco incluye en
este concepto, no sólo los impulsos sobrenaturales, sino aun las cualidades y
la propensión de cada uno, que para él son manifestaciones del Espíritu del
Señor. Francisco reconoce como dones todo nuestro
actuar para gloria de Dios, así que en su Regla habla de la «gracia
de la asistencia fraterna», de la «gracia
de trabajar», de la «gracia de guardar
silencio» (1 R 9,11; 2 R 5,1).
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Los siete dones del Espíritu Santo |
Son manifestaciones individuales de la vocación a
vivir, amar y servir según lo que Dios pide a cada uno, y a la vez encuentran
su razón de ser en la vocación común de “amar a Dios sobre todas las cosas y
al prójimo como a uno mismo”, o sea la vocación a la vida en común, a la familia y
a la fraternidad.
El círculo sagrado de la vida en el Espíritu se cierra
para Francisco con el reconocimiento de que el Espíritu, quien enriquece y
anima la vida de cada uno, es también el guía de la vida de los hermanos en su
conjunto. Así que nuestro santo padre proclama ‘ministro
general de la Orden’ al mismo Espíritu Santo (2 Cel 193).
Invoquemos, hermanos y hermanas, al
Santo Espíritu, para que nos ayude a encontrar cada día nuestra vocación y así cumplir
con la voluntad de nuestro Padre, siguiendo las enseñanzas de Jesús.
¡Paz y
bien!
Fray
Christian BORGHESI
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