sábado, 11 de diciembre de 2021

III Domingo de Adviento, año. C.

¿Qué debemos hacer?

Evangelio: Lucas 3,10-18

 

Hermanos y hermanas, que el Señor les dé su paz.

Celebramos el tercer domingo de Adviento, al cual la Iglesia le ha dado el título de Gaudete, palabra que quiere referirse a “estar alegres” o “alégrense” en otras traducciones. Dentro del tiempo de Adviento y Cuaresma, la liturgia dedica un día especial para enaltecer con un propósito claro el tiempo que se está viviendo, en nuestro caso es, la esperanza y la alegría de que estamos próximos al nacimiento de nuestro Señor y Salvador.

Estando ya en un poco más de la mitad de este tiempo especial, no podemos dejar de preguntarnos: ¿Cómo va mi camino de espera para recibir al Mesías? Ya se nos ha dicho muchas veces que lo esencial de este tiempo no es el comprar y regalar, sino el recibir y compartir a quien es nuestro Emmanuel, el Dios con nosotros, este pequeño niño que nace en el Belén de nuestro corazón.


Abrir la puerta de nuestros corazones

Juan el Bautista, que el domingo pasado nos invitaba a preparar el camino al Señor, nos presenta hoy un itinerario muy enriquecedor para nuestra vida de fe. Nos anuncia que la mejor forma de disponernos a este encuentro con Jesús niño es abriendo el corazón, teniendo la capacidad de hacer de él un lugar en donde todos tengan un espacio preferencial. La gente se acercaba a Juan y le preguntaba, ¿qué debemos hacer? Y, él les respondía con diferentes acciones para realizar: el desprendimiento, el no exigir, ser más justos, entre otras cosas que podemos notar al leer el Evangelio. Sin duda, son acciones muy bonitas, pero que nos cuesta poner en práctica o, que sin querer pasamos por alto. El camino del Adviento no consta solo de hacer por hacer, no consta solo de encender la vela de la corona, es más que eso, mucho más. Este tiempo es un espacio que nos invita a nuestra entrega total para recibir lo que para nosotros será pleno.

Por otro lado, el itinerario que propone Juan es a su vez exigente, porque toca áreas que en nuestra vida de cristianos no siempre estamos disponibles a abrir a los demás, porque involucran nuestros sentimientos y el conocernos a nosotros mismos.

En este día donde se nos invita a estar alegres tanto en la primera lectura por medio del profeta Sofonías, como en la segunda por medio del Apóstol Pablo, no es fácil si la abordamos sin la esperanza, mayor aun cuando pensamos en todo lo que sucede a nivel social: pandemia, pobreza, marginación. La alegría y la esperanza deben ser frutos de una espera generosa de quién nos ha prometido liberarnos de lo que nos atormenta, no por arte de magia, sino desde nuestra propia realidad. No podemos esperar al Señor con ansias de que todo cambie de un girón, sino con los brazos abiertos a disponernos a trabajar como sociedad por la igualdad y la dignidad de todos. Y esta garantía que Jesús nos presenta, hace que no perdamos la confianza y que nos pongamos en el camino del Señor para vencer nuestros miedos.

Cada vez que avanzamos positivamente como sociedad frente a todo lo que está sucediendo, adquiere un valor especial las palabras del profeta Sofonías: “¡No temas Sion, no desfallezcas! El Señor, tu Dios, está en medio de ti”. Dios siempre está y ha estado con nosotros, nunca se ha apartado, sino que ha estado “tras bambalinas” dándonos las herramientas para que podamos cuidar la casa común y nuestra unión como hermanos.

Navidad celebrada por San Francisco en Greccio - Italia.

La mejor preparación para recibir a Jesús en nuestras vidas, es dejándole hacer su obra en nosotros. Que estos días de Adviento que nos quedan, sean una oportunidad para acercarnos más a los demás con acciones concretas, compartir la esperanza de esta promesa mesiánica y, para ello, no debemos olvidar lo que nuestra fe nos presenta como propuesta mediante las obras de misericordia: Visitar y cuidar a los enfermos, dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, entre otras.

Recibamos al niño de Belén como San Francisco, que se dejaba sorprender por la hermosa humildad de su Señor, para compartirlo con los demás. Que este sea el gozo más grande, donarnos por medio del amor y la caridad.

 

El Señor y María Santísima nos acompañen.

Fr. Benjamín Castro, OFMConv.

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