IV Domingo de Adviento, año – B.
Evangelio: Lucas 1,
26-38
Queridos hermanos
hemos llegado al IV domingo de adviento y la Iglesia con la liturgia de la
Palabra de este domingo nos propone
mirar con atención a la Madre del Redentor, la Virgen María, uno de los
cuatros personajes que nos acompañan en este tiempo de espera y de preparación
al nacimiento de Jesús.
María nos acompaña
y nos muestra a Jesús, la invitación es a poner la mirada
en el misterio de la Encarnación. En el Evangelio de San Lucas, cuando el Señor
anuncia el año de gracia, dice que “todos los hombres fijaron su mirada en Él” en
medio de las grandes oscuridades del mundo y de nuestro tiempo complejo por la
pandemia, también aparece su luz. “La palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, en ella
estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las
tinieblas y las tinieblas no pudieron apagarla”.
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"¡He aquí la servidora del Señor!" |
Sabemos que la historia de la salvación tiene en Cristo
su punto culminante y su significado supremo. Él es el Alfa y el Omega, el
principio y el fin. Todo fue creado por Él y para Él, y todo se mantiene en Él.
Es el Señor de la historia y del tiempo. En Él, el Padre ha dicho la palabra
definitiva sobre el hombre y la historia. Él es el mismo, ayer, hoy y siempre.
San Francisco,
en la I admonición, hablando de la venida del Señor en el mundo nos recuerda
que Jesús baja desde el cielo con humildad su presencia sencilla y pobre estará
siempre con nosotros: “Ved que el
Señor diariamente se humilla, como cuando desde el trono real vino al vientre
de la Virgen; diariamente viene a nosotros él mismo apareciendo humilde;
diariamente desciende del seno del Padre sobre el altar en las manos del
sacerdote. Y como se mostró a los santos apóstoles en carne verdadera, así
también ahora se nos muestra a nosotros en el pan sagrado. Y como ellos, con la
mirada de su carne, sólo veían la carne de él, pero, contemplándolo con ojos
espirituales, creían que él era Dios, así también nosotros, viendo el pan y el
vino con los ojos corporales, veamos y creamos firmemente que es su santísimo
cuerpo y sangre vivos y verdaderos. Y de este modo siempre está el Señor con
sus fieles, como él mismo dice: Ved que yo estoy con vosotros hasta la
consumación del siglo”.
Regresamos al testimonio que nos da María en este
domingo y miramos cómo la fe se convierte para esta joven muchacha en la única
medida para abrazar no sólo su propio misterio, sino el de su mismo hijo:
un puro don que Dios le ha dado no para su gozo o su exaltación, sino para el
bien de todos.
Las palabras
con que la Virgen María da su asentimiento: “Hágase en mí según Su Palabra",
nos revelan la consciente aceptación de su función ante el desafío de una
realidad y de un conjunto de acontecimientos que están más allá de la medida de
la inteligencia y de los pensamientos humanos. Y esta respuesta solo la pudo dar un corazón lleno de fe.
“He aquí la esclava del Señor”. Esta es una profunda confesión de humildad y
obediencia, pero sobre todo de confianza total en la palabra de Dios que,
precisamente porque no encontrar el más mínimo obstáculo o una sombra de
vacilación en el corazón de María, se convertirá de manera absoluta en palabra
creadora (“La Palabra se hizo carne”). Ella creía tanto en la Palabra de Dios,
que se hizo carne en su seno virginal. “Si tuvieran fe como grano de mostaza”, nos dijo
el Señor, “dirían
a las montañas muévete y se moverían”. Qué clase de fe la de María Santísima que alcanzó ese inexplicable
milagro: ¡una concepción virginal!
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"Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumpen" |
María
escucha plenamente, acoge y medita dentro de su corazón para dar fruto. Esta
palabra, que requiere fe, disponibilidad, humildad, prontitud, es aceptada tal
como se deben acoger las cosas de Dios. En María debemos reconocer las palabras
de Jesús: “Bienaventurados
los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”. Por lo tanto, la
maternidad de María no es solo ni principalmente un proceso biológico. Es ante
todo el fruto de la adhesión amorosa y atenta a la palabra de Dios.
Cuando María
dijo: "Hágase
en mí según Su Palabra", dio su consentimiento no solo a
recibir al Niño, sino un sí a todo lo
que conllevaba el ser la Madre del Salvador. Este consentimiento de María
pone de relieve la calidad excepcional de su acto de fe. Fe es, ante todo,
conversión, o sea, entrar en el horizonte de Dios, en la mente de Dios, en los
pensamientos de Dios y de sus obras.
Al final de
esta meditación podemos preguntarnos: ¿soy
capaz y tengo la valentía de entrar en el horizonte de Dios y contestar como María
“He aquí la esclava del Señor”?. ¿Tengo la valentía de contestar sí
Señor, también si me pidiera de entregarme totalmente a
Él, en una opción de vida sacerdotal o en la vida religiosa franciscana?
Fray Tullio PASTORELLI, OFM Conv.