Domingo XX, T.O. Año A.
Mateo 15,21-28.
El texto del Evangelio de Mateo 15, 21-28 es uno de aquellos que despierta algo de molestia nuestra hacia Jesús y su trato al parecer poco amable, sin embargo mitigado por el recapacitar del Señor hacia un cambio notorio y final feliz. ¿Cuál es la causa de la tal deseada mejora? La fe de una mujer cananea, extranjera, que se atreve a suplicar y hasta contradecir al Maestro, haciéndole ver de una manera diferente los hechos de la vida: la tarea de cuidar las ovejas del pueblo de Israel no impide socorrer a otras también. Podemos pensar que Jesús ya lo tenía claro, aún sin expresarlo, y que su mala actitud fue para despertar este diálogo de fe, pero no es ese el foco del relato. Quedémonos pensando que la fe tiene el poder de abrir nuevos horizontes, hasta lograr lo más inesperado, y en eso pongamos nuestra atención.
Con una comparación un poco atrevida, pienso en
la florecilla que nos presenta a San Francisco
predicando a miles de aves. No es importante
centrar la atención en la capacidad de Francisco de hablar el idioma de los
pájaros, sino en su extraordinaria fe en la Palabra de Dios que hace que las
aves se queden atraídas y admiradas por la energía que de él dimana. Pienso en aquel
acontecimiento por el cual la enferma Santa Clara desde la celda de su
monasterio puede ver y participar de la celebración de la Navidad que se
celebra en la distante basílica. No es tan llamativa la visión infrarroja de
nuestra santa, sino su maravillosa fe que la conecta al misterio del nacimiento
de Jesús.
¿Puede una
mujer extranjera llegar a tanto? ¡Evidentemente sí! Todo el que busca
la unión con Dios puede hacer milagros con su fe. ¡Indignamente por
supuesto! La mujer no niega ser extranjera, no alardea
conocer al Dios de Israel o estar siguiendo a Jesús, humildemente acepta el
lugar del tierno cachorro agazapado a los pies del dueño de la mesa,
reconociendo que de él viene su alimento. Así es nuestra dimensión vocacional:
pequeños seres conectados a su Señor con un cordón umbilical que se llama fe.
Un recuerdo personal me alcanza y comparto para terminar… aquel día de mi Profesión definitiva en el cual le dije a Dios que, por lo
que depende de mí, sólo le podía garantizar ser un buen fraile por tres o
cuatro años, así que dependía de Él hacer que yo pudiera prometer ese día “por toda la vida”… yo poniendo mi fe
en sus manos y Él abriéndome camino permanentemente hacia nuevos horizontes.
¡Paz y bien a todos y feliz domingo!
Fray
Christian BORGHESI, OFM Conv.
No hay comentarios:
Publicar un comentario