viernes, 29 de mayo de 2020

PENTECOSTÉS Y VOCACIÓN PERSONAL


Queridos hermanos y hermanas, ya ha llegado el día de Pentecostés, cierre del tiempo de la Pascua de Jesús resucitado y comienzo del tiempo de la Iglesia, cuerpo de Cristo movido por el Espíritu de Dios.

"Ven Espíritu Santo,
visita los corazones de tus fieles...."
Del Espíritu Santo sabemos que es una de las tres personas de la Trinidad junto al Padre y a Jesús, o sea es Dios como ellos y junto a ellos. Para simplificar con una imagen quizás más de dibujos animados que de alta teología, podemos pensar al Padre como ‘la voluntad’ que crea y salva, a Jesús como ‘la acción’ del que se sacrifica para enseñar y testimoniar al mundo esa voluntad, y al Espíritu Santo como a ‘la energía de amor’ que se desprende del Padre y del Hijo para ayudarnos a discernir y a seguir los mismos pasos.

Esa fuente de vida que es el Espíritu, llama, luz, paloma, viento, ruido, fuerza y un conjunto de dones para nosotros, no nos llega sólo en el día de Pentecostés, o el de la Resurrección según narra Juan en el Evangelio de hoy (Jn. 20, 19-23), sino que reside en nosotros desde el día de nuestro Bautismo.

Espíritu Santo es un don personal,
una 
misión, una vocación
que se asigna a cada uno.
Al hablar de “espiritualidad”, al decir que seguimos una espiritualidad o que tenemos una vida espiritual, al considerarnos hombres y mujeres espirituales, estamos reafirmando que el Espíritu vive en nosotros.

Nuestro padre san Francisco hizo del Espíritu Santo su gran compañero de vida, tanto que su primer biógrafo nos dice que era un hombre “lleno del espíritu de Dios” y hasta “ebrio del espíritu de Dios” (1 Cel 56, 93, 100). A todos nos exhorta para que escuchemos y sigamos al Espíritu que habla en nosotros y que nos ayuda a seguir la voz del Padre que nos llama, según la vocación de cada uno. De hecho llama “inspiración divina” la vocación a seguir los pasos de Jesús, y cada hermano puede sentirse movido por ella (1 R 2,1; 1 R 16,3; 2 R 12,1).

En el texto de los Hechos de los Apóstoles (2, 1-11), el Espíritu no llega como una gran fogata, sino como un conjunto de llamas, una por cada uno de los presentes. Es un don personal, una misión, una vocación que se asigna a cada uno. Así que todo bautizado, cada hermano y hermana, posee su gracia particular. San Francisco incluye en este concepto, no sólo los impulsos sobrenaturales, sino aun las cualidades y la propensión de cada uno, que para él son manifestaciones del Espíritu del Señor. Francisco reconoce como dones todo nuestro actuar para gloria de Dios, así que en su Regla habla de la  «gracia de la asistencia fraterna», de la «gracia de trabajar», de la «gracia de guardar silencio» (1 R 9,11; 2 R 5,1).

Los siete dones del Espíritu Santo
Son manifestaciones individuales de la vocación a vivir, amar y servir según lo que Dios pide a cada uno, y a la vez encuentran su razón de ser en la vocación común de “amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo”, o sea la vocación a la vida en común, a la familia y a la fraternidad.

El círculo sagrado de la vida en el Espíritu se cierra para Francisco con el reconocimiento de que el Espíritu, quien enriquece y anima la vida de cada uno, es también el guía de la vida de los hermanos en su conjunto. Así que nuestro santo padre proclama ministro general de la Orden’ al mismo Espíritu Santo (2 Cel 193).

Invoquemos, hermanos y hermanas, al Santo Espíritu, para que nos ayude a encontrar cada día nuestra vocación y así cumplir con la voluntad de nuestro Padre, siguiendo las enseñanzas de Jesús.

¡Paz y bien!

Fray Christian BORGHESI

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Retiro Espiritual Anual de la Delegación

Del 3 al 9 de marzo de 2024, en el Monasterio de las Monjas Trapenses de Quilvo - Curicó, se llevó a cabo el retiro espiritual anual de los ...