¡Vete, tú fe te ha salvado!
Evangelio:
Mc. 10,46-52
Un mendigo ciego, una calle, Jesús
que pasa, un grito, un grito más fuerte, una curación. Con estas pocas palabras
podamos resumir el evangelio de este domingo que parece describir muy bien, a través de la historia de este hombre,
los riesgos que cada uno de nosotros cometemos.
Cada ser humanos puede quedarse
bloqueado y pararse en el camino cuando no ve más un sentido, una motivación,
un horizonte.
Cuando eso pasa es usual mendigar la vida y no
vivirla, “balconear” como dice papa
Francisco, no tener el control de la dirección de nuestra vida, sino subir los
acontecimientos sin enfrentarlos.
¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!
“Al enterarse de que pasaba Jesús,
el Nazareno. se puso a gritar: ≪¡Jesús,
Hijo de David, ten piedad de mi!≫”
No es una oración compuesta,
ordenada, a voz baja. No es una oración con estilo y equilibrio. Es una oración
gritada, un grito de quien está desesperado y que ve la posibilidad de cambio. Ese hombre percibe la presencia de Jesús y
cree que el encuentro con El puede cambiar su vida.
La misma dinámica que vivió Francisco de Asís ciertamente de
manera diferente: Francisco no estaba enfermo y al mismo tiempo tenía una vida
feliz, pero tuvo una inquietud que cambió su
vida. Por un tiempo también Francisco estuvo como parado: perseguía el sueño de ser caballero, también cuando empezó a darse
cuenta que era un sueño vacío, que no podía
más llenar el horizonte de su vida.
El Señor paso en la vida de
Francisco a través del leproso y como Jesús cambió la vida del hijo de
Timeo-Bartimeo, así el leproso cambió la vida de Francisco: “Y al apartarme de los mismos, aquello que
me parecía amargo, se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo”.
Francisco vence lo que le “parecía
amargo” baja del caballo y abraza al leproso, el hijo de Timeo-Bartimeo supera la muchedumbre
que le pedía que
se callara y no le permitían que Jesús lo escuchara.
Jesús a escuchar el grito del
mendigo ciego se detiene y lo
llama. Jesús escucha nuestros gritos y
nuestras oraciones, por eso no tenemos que cansarnos de llamarlo “¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de
nosotros!”.
Nunca tenemos que parar o callarnos “¡Jesús, Hijo de
David, ten piedad de nosotros!”
Tenemos que enfrentar lo que nos
bloquea y no nos permite ir adelante,
tenemos que darnos cuenta del Señor Jesús que pasa en nuestra vida y historia.
"... arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia Él" |
Como Francisco vio en el leproso a
Jesús o como el hijo de Timeo-Bartimeo que se enteró que Jesús estaba pasando por allí. Si nosotros llamamos a Jesús, si
perseveramos en nuestras oraciones el Señor se detiene y nos llama. También a
nosotros el Jesús nos dice “¿Que quieres
que haga por ti?” y también nosotros como el mendigo ciego tenemos que
contestar: “¿Que yo pueda ver?”, que podamos ver cual es el bien, lo que nos impide seguir adelante en nuestra vida, cual es
nuestra vocación, que podamos ver nuestros pecados que nos llevan lejos de Jesús.
Si pedimos eso a Jesús también a
nosotros el nos dirá “Vete, tu fe te ha salvado”.
Entonces también nosotros comenzaremos a ver con más claridad y así podríamos
segur al Señor Jesús por el
camino.
fray
Matteo Martinelli OFMConv
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