El Señor es Dios -allá arriba, en el cielo, y aquí
abajo, en la tierra- y no hay otro.
Deuteronomio 4, 32-34. 39-40
¿Recuerdo algún momento de mi vida en que me
he maravillado, me he emocionado y he agradecido a Dios? ¡Detente un instante y
reflexiona, contempla!
A veces perdemos la
memoria de cuanto Dios realiza en nosotros y caemos en la queja, en la amargura
y en el desaliento. También el pueblo de Israel, en el Antiguo Testamento,
reacciona de la misma manera: Dios realiza maravillas “¿sucedió alguna vez algo tan admirable o se oyó una cosa semejante?”:
el pueblo se olvida y se lamenta… siempre. Sin embargo Dios no le da la espalda
sino viene en su ayuda. Lo que Dios ha
hecho con el pueblo de Israel hoy lo hace con nosotros, y es absolutamente
único e inaudito. ¿Seré capaz de reconocerlo?
Dios habló al pueblo de Israel desde el
fuego: ¿De dónde me habla hoy a mí? Dios liberó al pueblo de la opresión y de
la esclavitud. ¿De cuáles situaciones de esclavitud quiere librarme?
La primera lectura
de este domingo, Solemnidad de la
Santísima Trinidad, destaca que todo lo experimentó el pueblo de Israel,
para que supiera que el Señor Dios es el “único Dios y no hay otro”. Es una afirmación bien
clara del Antiguo Testamento sobre la unicidad de Dios. ¿El Señor Dios para mi es único y verdadero a
quién puedo recurrir y adorar, o tengo “otros dioses” a quien acudir y seguir?
El misterio de la
Santísima Trinidad es el misterio del Amor de Dios con su pueblo, es la
“pasión” que Dios tiene para cada uno de nosotros. Somos un pueblo consagrado
al él, somos "especialmente suyos”; por eso Dios se estremece y siempre
busca la forma para llegar a nosotros.
¿Cómo San Francisco vivió este misterio y descubre el
amor de Dios Trinidad en su vida? Él entra en el misterio de la Trinidad el día en que descubre a Cristo.
Él es una ilustración viviente de la promesa del mismo Jesús: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y
mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn. 14,23). Para san Francisco, seguir las huellas de Nuestro Señor
Jesucristo, es seguir las huellas del Hijo animado por el Espíritu y
completamente orientado hacia el Padre.
Francisco no sabe
teorizar. Es visual y práctico. Toma el libro del santo Evangelio. Se abisma en
la liturgia de la Iglesia. Escucha al Hijo único. Mira la Palabra que es un
rostro... y descubre con su corazón la Trinidad viviente.
Desde su conversión
y la acogida de sus primeros compañeros hasta su configuración corporal con su
Señor en el monte Alvernia recibiendo los estigmas, su existencia se desarrolla
en un clima trinitario. Francisco concibió y vivió su vida evangélica como una
larga marcha hacia Dios Trinidad.
En esta hermosa
oración podemos apreciar el amor de san Francisco a Dios Trinidad: «Omnipotente, eterno, justo y
misericordioso Dios, concédenos por ti mismo a nosotros, miserables, hacer lo
que sabemos que quieres y querer siempre lo que te agrada, a fin de que,
interiormente purgados, iluminados interiormente y encendidos por el fuego del
Espíritu Santo, podamos seguir las huellas de tu amado Hijo, nuestro Señor
Jesucristo, y llegar, por sola tu gracia, a ti, Altísimo, que en perfecta
Trinidad y en simple Unidad vives y reinas y estás revestido de gloria, Dios
omnipotente, por todos los siglos de los siglos. Amén» (Carta a Toda la
Orden).
Fray
Fabrizio RESTANTE, OFMConv.
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