Domingo XXIX – T.O. año – A.
Evangelio : Mateo 22, 15-21
La Palabra de Dios de este domingo
nos presenta a Jesús rompiendo una vez más los dualismos que nos construimos
para facilitar nuestra existencia. En otras circunstancias nos ha hecho
entender que no podemos amar a los buenos y odiar a los malos, o que no serán
premiados los que se han portado bien y castigados los que se han equivocado, o
que no se consideran bienaventurados a los poderosos y últimos a los que
sirven. Ahora nos dice que no son excusados de los deberes de la vida terrenal
aquellos que se dedican a su vida espiritual, sino que ambas experiencias son las
caras de una misma moneda (como la que los tramposos fariseos y herodianos tienen
que entregar al César).
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Monedas chilenas |
¿Por qué no nos dice Jesús que nos
dediquemos únicamente a nuestro camino espiritual? Podemos encontrar muchas
razones a lo largo del Evangelio, así que en estas pocas líneas me quedo con
dos que considero relevantes.
La primera: Jesús no vino para
salvarse a sí mismo, más bien para salvar a todos. Si llega a cumplir la
voluntad del Padre es precisamente porque no se preocupa por su propia vida ni
cuando los soldados lo increpan exhortándole: “¡Sálvate a ti mismo!”. Es verdad
que cada cual tiene que cuidar su propio camino, pero Dios no nos ha puesto a cada
uno en una isla diferente. San Francisco dice en su Testamento que nadie le
indicaba el camino a recorrer, hasta que Dios le dio hermanos, y juntos
comenzaron a vivir el Evangelio. Así que en su Regla pide a los Franciscanos que
“cada uno ame y cuide la vida del hermano”, para llegar a “salvarse juntos”.
La segunda: todo lo que somos y
tenemos viene de Dios, quien ha hecho nuestro mundo también. No podemos
despreciar lo que Dios ha hecho, sino amarlo. Por cierto, lo que nos rodea no
nos pertenece, y tampoco somos dueños de la Creación, sólo cuidadores. Pero
esto no nos autoriza a despreocuparnos de nuestra tierra y de nuestra vida en
ella, ni de desechar o restarle importancia a lo que Dios ha creado. San
Francisco insiste mucho en el concepto de “devolver a Dios”, de “restituirle lo
que le pertenece”. Si el César se puede conformar con una moneda, lo que hay
que devolver a Dios es mucho más: es tiempo y vida, es amor y perdón, es
liberación y salvación, es justicia y paz… en pocas palabras es todo lo que Él
nos ha dado y lo que Jesús nos ha testimoniado a lo largo de su vida. Podemos
definir hoy la vocación como el descubrimiento de la mejor manera de devolver a
Dios y al mundo todo lo que Él nos ha entregado.
¡Paz y bien!
Fray Christian BORGHESI.