A veces, necesitamos a alguien que non indica donde está el norte. |
Luego
de emprender el viaje y de haber llegado a Espoleto para continuar hasta la
Pulla, Francisco se sintió enfermo. Empeñado, con todo, en llegar hasta la
Pulla, se echó a descansar, y, semidormido, oyó a alguien que le preguntaba a
dónde se proponía caminar. Y como Francisco le detallara todo lo que intentaba,
aquél añadió: «¿Quién te puede ayudar más, el señor o el siervo?» Y como
respondiera que el señor, de nuevo le dijo: «¿Por qué, pues, dejas al señor por
el siervo, y al príncipe por el criado?» Y Francisco contestó: «Señor, ¿qué
quieres que haga?» (Tres Compañeros 6).
¿Señor, que quieres que haga? |
No es cosa fácil ni sencilla
saber qué quiere Dios de nosotros o qué quiere que hagamos, y ni siquiera lo
fue para Francisco de Asís. No consta que él tuviese hilo directo con el
Espíritu Santo a través del cual le fuese revelado lo que tenía que hacer.
Tampoco Francisco supo de buenas a primeras cuál era su vocación y, mucho
menos, la misión a que Dios lo destinaba. Todo esto lo fue descubriendo
gradualmente, con fases alternas frecuentemente dolorosas y nunca definitivas.
Por lo demás, forma parte de la naturaleza del hombre no saber al punto lo que
Dios quiere de él, porque con frecuencia el hombre lo busca todo menos a Dios,
y los pensamientos humanos son muy otros que los de Dios.
El descubrimiento de la propia
vocación por parte de Francisco fue fruto de un proceso de larga y difícil
maduración. Francisco vivió siempre en el filo de la incertidumbre, lo que
demuestra cuán libre es el hombre en su respuesta al Dios que lo interpela. Y
Dios acepta de buen grado que el hombre repiense sus decisiones y las revise.
¡Ánimo y respondele! |
¿Qué camino no hizo Francisco
hasta llegar a pasar de la aplicación material de las palabras que le dirigió
el crucifijo de San Damián: «Vete y repara mi iglesia», al descubrimiento de una
verdadera misión profética? San Buenaventura, reflexionando sobre este «parto
difícil», sobre este movimiento dinámico que se desarrolla como un «éxodo de la
carne al espíritu», como un paso de las cosas exteriores a su significado
interior y profundo, afirma: «Ignoraba todavía Francisco los designios de Dios
sobre su persona..., no estaba familiarizado su espíritu en descubrir el
secreto de los misterios divinos e ignoraba el modo de remontarse de las
apariencias visibles a la contemplación de las realidades invisibles» (Leyenda Mayor
1,2-3).
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